De pequeño tenía una Master System, de SEGA. La grandota y fea, la cuadrada, la primera que salió. Esa que tenía una incomprensible ranura en la parte frontal en la que podías meter un juego en forma de tarjeta (y digo "un juego" porque en todo el tiempo que la he tenido, que ha sido mucho -aún la conservo-, sólo vi un juego así: el Hang On, de motos; y porque venía con la máquina)... Ninguna otra videoconsola ha conseguido mantenerme tantas horas enganchado de la emoción a la pantalla como esta. Aunque en la NES y derivados, que era la competencia en aquella época, hubiera cientos de juegos donde elegir. Pero la Master System era especial.

Muchas mañanas madrugaba exclusivamente para jugar una partidita. A veces, incluso, me despertaba un ratito antes de ir al colegio y la encendía. Era feliz viendo la luz verde, cuya forma me recordaba al emblema de un conocido gran centro comercial, que me indicaba que la máquina estaba en marcha. Qué tiempos...

Había un periférico de la Master System al que le tenía un cariño especial: la pistola Light Phaser. No había en el mundo pistola más chula. Era una pasada. El súmmum del diseño futurista de armas de fuego. Cada vez que me imaginaba de mayor atracando comercios o asesinando gente a sangre fía, en mi mano había una Light Phaser. No quería otra. Y todo el mundo me diría antes de morir: "¡J*der, qué pasada de pistola!".

"¿Y a mí qué me importa todo esto?", dirás. "Calla y escucha", te contesto. Es para que entiendas el por qué del modo de actuar de este hombre: