Esta es una historia contada por Daniel Díaz, taxista de Madrid; una historia de un día cualquiera:

El padre y la madre, jovencísimos, y un bebé que apenas sabía articular palabra con su chupete adjunto y un osito impagable entre las manos.

A simple vista, parecía no ser más (ni menos) que una familia cualquiera de ecuatorianos, o colombianos, o bolivianos (siento no poder concretar este dato) tranquilos, felices, ensimismados, charlando de sus cosas, sonriendo desde el asiento trasero de mi taxi (calle Bailén mediante).

Pero sonó un teléfono (el de ella). Reggaeton, para más señas. Miró su pantalla:

- Bufff… número desconocido.

- No te apures… nos vendrá bien la plata –dijo él.

Decidió descolgar. Ahora su voz parecía cambiada. Más suave:

- ¿Diga?... hola, cariño. Sí, soy yo... ¿Cómo te llamas?... bien, Hassam, mi niño… ¿conoces los precios?... 60 media hora y 100 una hora. Completo y griego, ¿ok?... dame tu dirección… -la mujer me pidió un bolígrafo y papel, tapando el auricular con la mano– Bien… esto está en… ok… en 20 minutos estoy allá… chao, chao…

Colgó.

- Un morito. Era un morito, con lo pesados que se ponen... -dijo al aire.

Tuvimos que cambiar el rumbo. La mujer me indicó la nueva dirección con total naturalidad. El hombre, mientras, buscaba la atención de su hijo.

Y el niño, a su vez, continuaba succionando con devoción un chupete que bien podría hacer la veces de sordina insoportable de la vida que le queda por vivir.